Lydia Cusco.
Psicóloga en AIPAME CATALUNYA
Cuando me plantearon formar parte,
nuevamente, de esta jornada sobre adopción, pensé que quizás no tenía mucho que
decir, porque quienes pueden hablarnos
con auténtico conocimiento de causa del “después” de la adopción, son los
padres y los hijos que están viviendo este proceso. Pero después de pensar en
el tema durante varios días, llegué a la conclusión de que quizás si podría
hacer algunas aportaciones en este sentido, esperando que sean de interés y
utilidad para todos ustedes.
¿CÓMO ES LA HISTORIA DE CADA UNO? ¿QUÉ OCURRE EN LA PRIMERA INFANCIA?
La historia de cada individuo es particular e
irrepetible, por más parecida o coincidente que pueda ser con la de otros
individuos.
La historia de cada uno se va tejiendo y
forjando a medida que va avanzando su vida y desde el mismo instante en el que
nace.
Todas las circunstancias que rodean a un
niño, en el momento de su nacimiento, durante su primera semana de vida,
durante su primer mes, su primer año, sus primeros años y todos los siguientes,
crearán al individuo que vamos a conocer como individuo adulto.
Una persona adulta no surge de la nada, se ha
ido construyendo de manera gradual y progresiva, con todo lo que le ha tocado
vivir, desde el principio de su vida.
La forma en la que distintos individuos
reaccionamos frente a las mismas cosas, nunca es la misma, puede ser parecida o
radicalmente distinta, pero sea como sea, siempre es producto de lo que cada individuo “siente por
dentro” respecto a lo que “está viviendo por fuera”.
Los hechos externos pueden ser los mismos, pero
lo que sentimos por dentro es el resultado de cómo cada una de nuestras
vivencias, desde el origen de nuestra vida, nos ha proporcionado una “configuración
particular e irrepetible” que nos diferenciará a unos individuos de otros.
En esa “configuración”, tiene un papel
absolutamente relevante el “trato” que le proporcionan los adultos al niño.
Todas las personas que intervienen de manera
directa en la vida de un niño son responsables de su desarrollo.
Esa responsabilidad se puede entender como el
grado de impacto e influencia que tienen en la vida del niño. Y esa influencia
tiene que ver con el tiempo que están en relación con el niño, con la etapa de
la vida en la que intervienen y con la calidad con la que lo hacen. Por ejemplo, no es lo mismo para un niño
pequeño estar unas horas junto a su padre o su madre malhumorados, que crecer
al lado de unos padres que están prácticamente siempre malhumorados.
Tampoco es
lo mismo, en el sentido que no tiene el mismo impacto, que los padres estén
malhumorados con un niño de un año que con uno de quince. Evidentemente, la
situación no será agradable para ninguno de los dos, ni para el de un año, ni
para el de quince, pero el impacto que ejerza ese malhumor de los padres sobre
los niños, no será el mismo según su edad.
Las etapas más decisivas en la vida de un
individuo son las más tempranas, porque son las de mayor influencia.
Todos sabemos que un niño, cuánto más pequeño
es, más tierno es, más impactable resulta, en definitiva “está menos hecho” y “se
va haciendo” con lo que le toca vivir.
Si un niño, después de su nacimiento,
permanece en su familia biológica, las personas que tendrán esa influencia en
su vida serán lógicamente los padres y todas aquellas personas que intervengan
en su cuidado, ya sean abuelos, familiares, canguros o personal especializado
en guarderías. A propósito de esto último, podemos decir que hay que tener
mucho cuidado con el cambio frecuente de personas que cuidan a nuestro hijo en
nuestra ausencia. Los niños, por pequeños que sean, necesitan poder adaptarse a
las personas que les cuidan y se hacen cargo de ellos. Cuando se adaptan, se
acostumbran y se encariñan con esas personas y si al cabo de poco tiempo las
pierden y llegan otras, tendrán que volver a iniciar ese proceso de adaptación
con las nuevas, además de tener que hacer el duelo por las que han perdido.
Si llega a una institución, las personas que
tendrán influencia en su vida, durante esa etapa, serán las que se encarguen de
su cuidado.
En una institución suele ocurrir algo de lo
que acabamos de mencionar: Las personas que se harán cargo del niño,
generalmente, irán cambiando en los distintos turnos y puede que también haya
cambios en el personal de la intitución o que a partir de una cierta edad,
cambien al niño de grupo. Todo esto no está exento de consecuencias.
Con todo lo que hemos comentado, podemos
hacernos una idea aproximada del nivel de impacto e influencia que tiene en la
vida de un niño pequeño, el trato que recibe por parte de los adultos que lo
cuidan. Además, esos adultos son como sus modelos, sus referentes y no es bueno
que esos modelos vayan cambiando a menudo.
Pero esto no es todo, falta decir que lo más
importante es “la calidad y la continuidad” con la que el niño recibe esos
cuidados. Alguien le puede tratar muy bien, pero si es algo esporádico en la
vida del niño, no será suficiente.
¿QUÉ HA PASADO ANTES DE LA ADOPCIÓN?
VIVENCIAS DEL NIÑO
Tal y como hemos dicho más arriba, todo lo
que vive un niño, desde el instante de su nacimiento, incluso todo lo que vive
durante su vida fetal, está cimentando la persona que llegará a ser como adulto para lo bueno y
para lo malo.
Cuando un niño nace, es como una especie de
esponja que empezará a absorber todo lo que flote en el ambiente. Eso que flota
en el ambiente son los estímulos que contribuirán de forma esencial a su
desarrollo.
Los estímulos que recibe un niño pueden ser
de todo tipo; algunos buenos y por tanto positivos y benéficos para él y otros
que sean todo lo contrario. También puede ocurrir que los estímulos no lleguen,
aún cuando sean muy necesarios o que lleguen parcialmente y escaseen.
En función del tipo de estímulos que reciba
el niño, de la calidad de esos estímulos y de su frecuencia, las vivencias de
un niño serán unas u otras y su desarrollo también estará en función de todo
ese flujo de estímulos. Un ejemplo de lo que decimos podría ser una situación
en la que a un niño le cojan muy poco en brazos, privándole en gran parte del
estímulo que esto supone para él. En otra situación le cogen mucho en brazos.
Esas dos conductas de los adultos que están con el niño van a incidir en su
desarrollo directamente, entorpeciendo su desarrollo en el primer caso o
favoreciéndolo en el segundo.
Familia biológica ¿Qué ha pasado en la
familia biológica?
El hecho de que un niño al nacer permanezca
en su familia biológica, no es garantía de nada. Si la familia le proporciona
los estímulos adecuados, el niño estará bien y se desarrollará correctamente,
pero si por el contrario no recibe los estímulos adecuados, su desarrollo se
verá comprometido y él no estará bien.
Estar en la familia biológica no es una
garantía, la garantía es recibir el trato adecuado, dondequiera que uno esté.
Si las necesidades básicas están cubiertas, el resto será secundario, ya que lo
“vivirá”, según se lo hagan “vivir” los adultos que se ocupan de él.
El niño que va a ser adoptado, según el
tiempo que haya permanecido en la familia de origen y según el trato que haya
recibido, habrá vivido situaciones que marcarán aspectos de su desarrollo y de su posterior
personalidad.
Orfanato ¿Qué ha pasado en el orfanato?
Cuando un niño permanece durante un tiempo de
su vida en un orfanato, hay varias circunstancias que determinaran de forma
importante algunos aspectos de su desarrollo.
Entre esas circunstancias están: la edad de
llegada al orfanato, el tiempo total que permanecerá en él, el trato que sus
cuidadores le proporcionarán y todas las experiencias que viva durante su
estancia en el lugar.
Podríamos dar múltiples ejemplos, pero nos
limitaremos a unos pocos. No es lo mismo llegar al orfanato con dos o tres días
de vida que llegar con dos o tres años de vida. No es lo mismo permanecer en el
orfanato dos o tres meses, que dos o tres años. No es igual pasar desapercibido
para los cuidadores del orfanato que llamar la atención, de al menos algunos de
ellos (esto último le va a proporcionar más atención al niño). No es lo mismo
no haber salido nunca del orfanato, que salir regularmente para desarrollar
alguna actividad en el exterior.
Todas estas circunstancias y cómo se combinan
entre ellas, harán que las vivencias de un niño, durante el tiempo que
permanezca en un orfanato, puedan ser muy distintas de las de otros niños. Y
estas vivencias tendrán una incidencia directa en su desarrollo.
Familia de acogida ¿Qué ha pasado en la
familia de acogida?
Si por diversas razones, un niño no puede
permanecer en su familia de origen y pasa a una familia de acogida, el papel de
esta familia será muy parecido al papel que desempeñan los padres biológicos o
los padres adoptivos.
En este caso también cuenta el trato que
estos adultos les proporcionen a los niños durante el tiempo que permanezcan en
acogida.
“La calidad emocional” de las personas que
asuman el cuidado de los niños, proporcionará
los elementos necesarios para su equilibrio y buen desarrollo.
EL IDEAL DE LOS PADRES (ADOPTIVOS Y
BIOLÓGICOS)
Siempre, ya sea como padres biológicos o como
padres adoptivos, cuando tenemos un hijo real nos vemos confrontados al hijo
que habíamos imaginado que nos gustaría tener o mejor dicho a las expectativas
que teníamos para él. Algunas de estas expectativas son incluso inconscientes.
Cuando llega nuestro hijo, ya sea por un
procedimiento o por el otro, nos puede llenar de alegría e ilusión pero, al
mismo tiempo, aparecen situaciones en las que, el niño o la niña, no responde
como nos hubiese gustado. Cuando esto ocurre, podemos pensar que es así porque
es su carácter o porque no entendemos que le puede estar pasando o porque, en
el caso de la adopción, no sabemos qué ha vivido exactamente antes de llegar a
nuestra familia ni cómo le ha podido afectar todo lo que haya vivido, etc.
También habrá muchos momentos en los que sus
respuestas sean muy gratificantes para nosotros porque responde como
esperábamos e incluso mejor de lo que esperábamos; pero, estos momentos van
solos, no necesitan una comprensión adicional por nuestra parte. Son los
momentos en los que sus respuestas no nos parecen adecuadas, ni gratificantes,
los que requerirán una atención y una comprensión especial.
Poco a poco, la imagen ideal que podíamos
tener de nuestro futuro hijo, tendrá que ir cediendo el espacio a la imagen del
niño real que tenemos como hijo.
Tenemos que poder aceptar a nuestro hijo con
sus características y personalidad propia. Si por ejemplo decimos que nos
habría gustado tener un hijo con el pelo rubio y resulta que nuestro hijo tiene
el pelo castaño, todos entenderemos rápidamente que es algo intrascendente y
que nuestro ideal, “hijo rubio”, tiene que cederle el lugar a nuestro hijo
real, “hijo castaño”. Sin embargo, cuando hablamos de otros aspectos, como son
los emocionales, los del desarrollo intelectual, los de comportamiento, etc, se
complica todo un poco más y nos parece más díficil aceptar que nuestro hijo
real no se corresponda con el hijo ideal
que teníamos en mente antes de su llegada.
Nuestro “ideal” de hijo se ha ido
construyendo desde hace tiempo, ya desde nuestra infancia. Nuestro “ideal” de
hijo no surge por primera vez cuando nos planteamos tener un hijo.
Ese “hijo ideal” está muy arraigado en
nuestro interior y a veces, puede que nos cueste mucho renunciar a él. Pero
solo si renunciamos al “ideal” podemos hacerle sitio al “real”.
Imaginemos que alguien, antes de tener un
hijo, ha soñado con tener un hijo que se pareciese a él o a ella, que hará la
formación académica que él o ella no pudieron hacer en su día, que será
simpático y sociable como él o como ella o al contrario que será lo simpático o
sociable que él o ella no han podido ser nunca, que tendrá una profesión de
éxito, etc. Sin querer y sin darnos mucha cuenta, estamos cargando a nuestro
futuro hijo con todo ese “ideal” de lo que a nosotros nos gustaría que fuese, sin
pensar demasiado si su personalidad y su nivel de desarrolllo le permitirán ser
tal o cual cosa, como nos habría gustado.
En ocasiones podemos llegar a “torturar” a un
niño, porque no hace o no se comporta según nuestro “guión ideal del buen
hijo”.
Si tenemos en cuenta todo el bagage que
nuestro hijo adoptivo trae y del que la mayor parte no conocemos nada o muy
poco, deberíamos pensar que habrá un período de tiempo muy largo, al menos toda
su infancia y también toda su adolescencia y de hecho hasta su vida adulta, en
que deberíamos dedicarnos solo a “comprenderle y quererle”.
Pero esto no significa no educarle. Podemos
querer, comprender y educar a la vez. De hecho, el papel de los padres debería
ser siempre ese, sin excepción.
¿QUÉ PAPEL TIENEN LOS PADRES A PARTIR DEL
MOMENTO EN QUE SE PRODUCE LA ADOPCIÓN?
El niño adoptado llega a su familia adoptiva
con un bagage de sentimientos y experiencias que los padres desconocen total o
parcialmente, así como los efectos que ha podido causar todo ese bagage. Su
comprensión, paciencia y empatía, son elementos básicos para la adaptación del
niño. A estos elementos deberíamos añadir otro fundamental, el cariño.
Dicho así parece muy sencillo, pero en realidad no lo es tanto.
Nuestro hijo tendrá conductas que probablemente no entenderemos, que no
sabremos a qué corresponden y, frente a las cuales, no siempre sabremos qué
hacer.
Generalmente, nos dejaremos llevar por
nuestra intuición y sentido común, pero no siempre será suficiente para cubrir
las lagunas que tenemos respecto al pasado de nuestro hijo.
En este punto se nos puede plantear un dilema
importante. Si tenemos que comprenderle, tendremos que saber qué es lo que le
pasa exactamente, sino ¿cómo vamos a comprenderle?
Pero esa es la cuestión, tendremos que
empezar a comprender lo que no sabemos de él o de ella, tendremos que empezar a
comprender sus reacciones, sus comportamientos, sus sentimientos, sin saber que
ha podido vivir anteriormente para que reaccione o se comporte como lo hace.
Tendremos que ser capaces de imaginar porque
reacciona del modo que lo hace o que puede estar sintiendo.
Tendremos, en
definitiva, que intentar ponernos en su lugar. Solo así podremos intentar
comprenderle.
Pero ¿por qué es tan importante “comprenderle”?
¿por qué es tan importante “ponernos en su lugar”? ¿Lo importante no era
quererle?
Quererle y mucho, muchísimo es... indispensable,
básico, imprescindible, necesario, pero no lo es todo. Resulta que cuando decimos que a un niño le queremos mucho, es
porque sentimos mucho amor por él y además generalmente se lo demostramos con
palabras, con mimos, con achuchones y todo tipo de manifestaciones afectivas y
esta es la parte del afecto, necesario para vivir.
Un niño también se siente querido si se
siente entendido, si siente que le comprenden o que se esfuerzan por
comprenderle.
Mucho amor pero poca comprensión, no sirve de
mucho. La falta de comprensión puede arruinar el amor.
Comprensión y afecto, afecto y comprensión
son el binomio perfecto para sentar las bases de una buena relación.
¿Y DESPUÉS?
Hay que seguir en la misma línea. No podemos
olvidar lo que acabamos de mencionar, pero añadiendo un nuevo ingrediente. Los
pilares básicos de cualquier educación serán: la comprensión, el afecto y los
límites.
Si hemos “renunciado” a nuestro hijo “ideal”
y podemos aceptar a nuestro hijo “real”, intentando entenderle, en su pasado y
en su presente, podremos proyectarnos en su futuro, pero sin condicionarle,
solo ayudándole a definirlo mejor.
La profesión de padres es una de las más, o
la más compleja que existe, aunque bien llevada, también es una de las más
gratificantes. Pero no nos enseñan a hacer de padres, no hay escuelas, ni
institutos, ni universidades dónde podamos aprender. Claro que a veces pensamos
que no necesitamos aprender porque ya sabemos. Esto se suele pensar antes de
tener hijos, después la idea nos va cambiando.
Me gustaría, en pocas palabras, poder
transmitir las claves del éxito para la profesión de padres. Así que vamos a
hacer el intento:
Cuando tenemos un hijo, tenemos que darnos
cuenta que es un niño único, completamente diferente de cualquier otro niño,
pero probablemente con ciertas cosas comunes o parecidas con otros niños. Pero
él es él.
Tendremos que observarle para ir conociéndole, para
ir comprendiéndole.
Habrá que quererle mucho, manifestándoselo de
todas las formas posibles que se nos ocurran.
Pero también tendremos que ir ayudándole a
entender cómo funciona el mundo, más allá de su propia familia.
Habrá que hacerle entender, pero de la mejor
forma posible, que las cosas no siempre pueden ser como él quiere, pero que no
pasa nada, porque a él sí que le siguen queriendo y entendiendo.
Si se siente querido, podrá aceptar la
frustración que supone para él no salirse con la suya o no tener lo que ha
pedido. Pero si un niño no se siente muy querido, entonces entenderá que le
quieren solo si le conceden lo que pide.
Sería algo así como: Si me quieres,
querrás que esté contento y me darás lo que te pido, pero si no me lo das,
entonces es que no me quieres.
Solo, si tiene muy claro que le queremos
mucho, porque le demostramos nuestro cariño, entenderá, aunque no le guste, que
decirle que no a algo, no significa dejar de quererle. Si normalmente recibe abrazos, besos y
cariñitos, el decirle que no a algo, no será suficiente para anular el efecto
del cariño que recibe.
Así llegamos a la fórmula: comprensión,
afecto y límites. Las claves para una buena educación.